Práctica viva, práctica natural. – por Victoria Lagos
Levantarse temprano, acomodar sesenta litros en la mochila y salir a andar. Las primeras veces cargaba de todo, tal vez en semejanza a cómo estaba cargada mi mente. Se hacia tan difícil el camino con tanta carga…
Con el caminar me di cuenta que necesitaba estar liviana para mejorar el andar, entonces llegaron algunos interrogantes:
¿qué es lo realmente necesario para hacer camino?
¿tengo que mejorar el andar o hacer de la experiencia una experiencia sentida?
Comprendí con el tiempo y las largas caminatas en la montaña que, al estar presente en la experiencia, descubría esa liviandad que me permitía transitar el camino de otra manera. Fueron muchas las caminatas hasta abrazar el silencio, un silencio que me daba la oportunidad de bucear. Un bucear en mi interior, escucharme, sentir, plenamente ser.
Estar verdaderamente presente, me permitía fundirme en el infinito abrazo del bosque, sentirme ahí, en cada paso, en cada bocanada de aire que llenaba mi cuerpo, en cada hoja y cada insecto que me sorprendía momento a momento.
La caminata es larga, con momentos complejos, momentos en los que la mente quiere tomar el control y la cosa se pone difícil. Es ahí donde uno experimenta el valor de estar presente, el valor de ser consciente y poder abrazar la adversidad, el valor de tomar aquello que no se puede cambiar y adaptarse. Descubrir que la montaña no nos excede, nos excede la mente, y tener el don de hacer de la experiencia una vivencia para siempre.
Luego del caminar y el bucear en movimiento, llega la pausa, la contemplación absoluta, el fundirnos verdaderamente en la belleza de la naturaleza. Observar cada color, cada aroma, cada sonido, volver a ser un niño que se asombra, en cada abrir y cerrar de ojos, por cada cosa que lo rodea y escuchar como cada elemento que nos regala es enseñanza pura.
Nada más bello que estar ahí, estar presente, contemplar y sentirse pleno ante tanta inmensidad.
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