– por Victoria Lagos
El ser humano vive condicionado por una mente revoltosa que lo ancla al pasado o lo proyecta al futuro incesantemente. Esa mente que va y viene, despierta la ansiedad por el porvenir y el miedo por lo que fue y vendrá. La mente, juguetona y bulliciosa, lo lleva a uno a vivir en la sintonía de la no presencia, cuerpo y mente disociados, el cuerpo habitando el único momento en el que puede encontrarse, el presente, y la mente danzando del pasado al futuro permanentemente.
Vigilar la mente, presenciar ese vaivén incesante y abrazar las emociones que en el se despiertan, sin intención de modificarlas, permite que, poco a poco, llevemos la mente al momento presente. Al vivir con el cuerpo y la mente en el presente, podemos percibir lo que nos rodea con otros ojos, podemos percibir los sentidos agudizados, conocer momento a momento el mundo y dejarnos sorprender por el encanto.
El ser humano se sumerge a vivir condicionado por la mente, los sentimientos, el entorno, pero puede el hombre elegir con libertad vivir presente sin condicionamientos. El hombre, como el árbol de otoño, tiene la capacidad de despojarse de aquello que ya no es necesario, de aquello que lastima o genera miedo y ansiedad. El ser humano tiene el maravilloso potencial de despojarse, de soltar sus hojas para volver a florecer y conocer, momento a momento, el potencial y el encanto del cambio permanente.
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